domingo, 13 de julio de 2008

Fundamentación de nuestro trabajo


La sociedad actual reclama, cada vez más, del conocimiento de su pasado, tiene necesidad de establecer hitos que le permitan reconocerse y diferenciarse en este mundo globalizado y a la vez particularizado. Pero, al mismo tiempo, no asume la responsabilidad por conservar los documentos que hacen posible tal aspiración. Limitando el problema a una solución retórica, donde solamente tienen éxito quienes pueden realizar un trabajo que es verosímil al deseo del reclamo, pero que no tiene nada que ver con el objeto de la historia. Sólo a través del documento podemos satisfacer la historia y no por medio de una verborragia anecdótica que parece no necesitar del sustento probatorio y que tanto se ha propagado en los últimos años. Sin lograr plasmar en su comunidad el sentido de permanencia y trascendencia en el tiempo: tan sólo son cuestiones de modas muy atadas al presente sin cimientos en el pasado y proyecciones al futuro.
Es en esta tensión, instalada en el juego entre la memoria, el olvido y el sentido de trascendencia, donde cobra importancia la concientización por la conservación de todo vestigio que permita conseguir lo que tanto se anhela: conocer lo que pasó para entender lo que somos y planificar lo que seremos. Juego ligado directamente a la experiencia vital que se ha tenido, la cual determina cuáles son los aspectos recordados o desechados. Usualmente, el concepto de historia esta ligado al de memoria, es decir, como una sociedad ve y reconstruye su pasado a través de lo que ésta ha dejado transmitir.
“Pero el olvi­do colectivo es seguramente una noción tan problemática como la de la memoria colectiva. Si la encerramos en una acepción psico­lógica, pierde virtualmente todo su sentido. Estrictamente, los pue­blos y grupos sólo pueden olvidar el presente, no el pasado. En otros términos, los individuos que componen el grupo pueden olvidar acontecimientos que se produjeron durante su propia existencia; no podrían olvidar un pasado que ha sido anterior a ellos, en el senti­do en que el individuo olvida los primeros estadios de su propia vi­da. Por eso, cuando decimos que un pueblo "recuerda", en realidad decimos primero que un pasado fue activamente transmitido a las generaciones contemporáneas a través de […] "los canales y receptáculos de la memoria" y que Pierre Nora llama con acierto "los lugares de memoria"; y que después ese pa­sado transmitido se recibió como cargado de un sentido propio. En consecuencia, un pueblo "olvida" cuando la generación poseedo­ra del pasado no lo transmite a la siguiente, o cuando ésta rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo a su vez, lo que viene a ser lo mismo. La ruptura en la transmisión puede producirse bruscamen­te o al término de un proceso de erosión que ha abarcado varias ge­neraciones. Pero el principio sigue siendo el mismo: un pueblo ja­más puede "olvidar" lo que antes no recibió”. [1]
[1] Yerushalmi Yosef Harym, “Reflexiones sobre el olvido”, en Usos del olvido, Buenos Aires, Ed. Nueva Visión, 2006, pp. 17-18

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